Tienen consistencia aceitosa y una palidez cadavérica, acentuada por la luz artificial, de bombilla, semejando más carne de carnicería que no de ser humano. Sus desnudos, tanto masculinos como femeninos, parecen amasijos de carne amorfa, que se retuerce y libra una lucha desesperada por la existencia. El pop-art asumió el sexo como algo natural, sin tapujos, en el marco de la liberación sexual de los años 60 propugnada por el movimiento hippy.